LA ALQUIMIA DE LOS DÍAS [A modo de prólogo]La bitácora [que hojeas] comenzó a gestarse una noche fría de invierno cuando contemplaba las estrellas esparcidas [aparentemente, al azar] por un cielo profundo y limpio, miles y miles de millones de estrellas imperturbables a los fines de los hombres en este diminuto planeta [que no es sólo nuestro y que además conoce su destino: el cuándo le alcance depende de la medida de nuestra Estupidez, de nuestra Codicia, de nuestra Soberbia, de la medida de nuestro Ego, de nuestro Antropocentrismo idiota, ciego y extremadamente predatorio.] El Hombre camina [como puede] bajo esas estrellas porque no sólo le espolea el hambre o la sed [esas nobles necesidades], sino también porque hay sed y hambre de verdad y conocimiento [de sí mismo, de los otros, de lo cognoscible y de lo que no lo es.] La curiosidad es indispensable para sobrevivir. Es caminante, peregrino, viajero y lo es tras una estela inasible y abandonando sutiles huellas [o versos, tal vez, inútiles] por doquier que el mar del tiempo se llevará a no sé dónde ni cuándo [como estas mismas palabras que ahora y aquí escribo: un mensaje en una botella.] Es la alquimia de los días, al crepúsculo, el oro de Ulises. Los días pasan y segregan, depuran al menos dos versos mal rimados: del plomo de la realidad vivida, de las horas de cinc, de las visiones de azufre de la vigilia, del lapislázuli del sueño. Se subliman en oro converso, en gotas contables, en uno, dos o cuatro versos significantes de lo insignificante, de las cosas pequeñas que son, que nos pasan. Se transmutan en materia poética: en conjunción, las palabras y los días... Invierno, 2005 | Daniel Espín López
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sábado, mayo 14, 2005
BODEGÓN CON TRES COSAS QUE OLVIDASTE
A mis padres, Juana y José, que fueron también mis abuelos, y viceversa. A los que tanto quise y me quisieron...
I
A una rosa hendida alguna ceniza le supura por la cicatriz, y espera del ojal de un jarrón ridículo unas hojas verdes que no vienen a la cita. No creo. No es más que el espíritu del pretérito fantasma, se manifiesta con dos golpes para no y uno para sí. Lo sé. Sospecho que esa flor medio muerta es un fraude.
II
El álbum de fotos en blanco y negro y algunas desenfocadas, por inquieto, abrirlo no resulta obvio. Yo no soy el que respira tras una tela de alambre o juega sobre el camión vencido (el sanguinario dragón y el caballero) o en mitad de la nieve con mi hermana. La niñez es un frondoso árbol en el patio, una gitana morena que pinta en un lienzo mi tío, los racimos suculentos de uva se descuelgan de la parra, las ristras de ajos que chapeca mi abuela junto al pozo y la higuera viejísima, mi padre me lleva en brazos mientras de los pies descalzos sangro de no sé qué eterna herida, se llama tigre un perro canelo y le perseguía por los trigales hacia las soledumbres y confines del mundo conocido junto al cementerio de aquellos veranos...
III
Por fin aquel libro, el que me regalaron cuando bebí la cicuta ante los jueces y el pueblo, en pastas de sauce verde, era un quijote: que aún me mira desde el otro lado y conversa conmigo los domingos por la tarde desde hace 20 años.
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