LA ALQUIMIA DE LOS DÍAS [A modo de prólogo]La bitácora [que hojeas] comenzó a gestarse una noche fría de invierno cuando contemplaba las estrellas esparcidas [aparentemente, al azar] por un cielo profundo y limpio, miles y miles de millones de estrellas imperturbables a los fines de los hombres en este diminuto planeta [que no es sólo nuestro y que además conoce su destino: el cuándo le alcance depende de la medida de nuestra Estupidez, de nuestra Codicia, de nuestra Soberbia, de la medida de nuestro Ego, de nuestro Antropocentrismo idiota, ciego y extremadamente predatorio.] El Hombre camina [como puede] bajo esas estrellas porque no sólo le espolea el hambre o la sed [esas nobles necesidades], sino también porque hay sed y hambre de verdad y conocimiento [de sí mismo, de los otros, de lo cognoscible y de lo que no lo es.] La curiosidad es indispensable para sobrevivir. Es caminante, peregrino, viajero y lo es tras una estela inasible y abandonando sutiles huellas [o versos, tal vez, inútiles] por doquier que el mar del tiempo se llevará a no sé dónde ni cuándo [como estas mismas palabras que ahora y aquí escribo: un mensaje en una botella.] Es la alquimia de los días, al crepúsculo, el oro de Ulises. Los días pasan y segregan, depuran al menos dos versos mal rimados: del plomo de la realidad vivida, de las horas de cinc, de las visiones de azufre de la vigilia, del lapislázuli del sueño. Se subliman en oro converso, en gotas contables, en uno, dos o cuatro versos significantes de lo insignificante, de las cosas pequeñas que son, que nos pasan. Se transmutan en materia poética: en conjunción, las palabras y los días... Invierno, 2005 | Daniel Espín López
[ ]
domingo, abril 24, 2005
A VECES, NO ME QUEDA MÁS QUE SILENCIO, NI LA CONSOLACIÓN DE LA PALABRA...
No se detienen, se desatan las palabras, si forcejea el perro, si muerde las intrincadas ataduras, los nudos de las preguntas en ladridos morse acerca de la materia oscura, y se enfurece, o aúlla en las noches densas,
pues, olisquea la sangre en las manos frías de la gigantesca sombra, del asesino impasible, de la razón de estado que flirtea con las demoníacas artes de la Casa Negra.
[¿Somos vencidos, amigo Sancho? Es posible.]
Los buenos, incluso, se travisten los lunes de verdugo. Negro traje, a juego, corbata y sonrisa de máscara, una excusa en el ojal y reloj de oro en el bolsillo, el que marca la caducidad de la carne humana, de la que se nutren los corporativos cerdos.
... Como ya es costumbre, sin embargo, el grito se atraganta en las cuerdas de cristal de los violonchelos que sufren la noria de esta puta historia.
[ ]
|