LA ALQUIMIA DE LOS DÍAS [A modo de prólogo]La bitácora [que hojeas] comenzó a gestarse una noche fría de invierno cuando contemplaba las estrellas esparcidas [aparentemente, al azar] por un cielo profundo y limpio, miles y miles de millones de estrellas imperturbables a los fines de los hombres en este diminuto planeta [que no es sólo nuestro y que además conoce su destino: el cuándo le alcance depende de la medida de nuestra Estupidez, de nuestra Codicia, de nuestra Soberbia, de la medida de nuestro Ego, de nuestro Antropocentrismo idiota, ciego y extremadamente predatorio.] El Hombre camina [como puede] bajo esas estrellas porque no sólo le espolea el hambre o la sed [esas nobles necesidades], sino también porque hay sed y hambre de verdad y conocimiento [de sí mismo, de los otros, de lo cognoscible y de lo que no lo es.] La curiosidad es indispensable para sobrevivir. Es caminante, peregrino, viajero y lo es tras una estela inasible y abandonando sutiles huellas [o versos, tal vez, inútiles] por doquier que el mar del tiempo se llevará a no sé dónde ni cuándo [como estas mismas palabras que ahora y aquí escribo: un mensaje en una botella.] Es la alquimia de los días, al crepúsculo, el oro de Ulises. Los días pasan y segregan, depuran al menos dos versos mal rimados: del plomo de la realidad vivida, de las horas de cinc, de las visiones de azufre de la vigilia, del lapislázuli del sueño. Se subliman en oro converso, en gotas contables, en uno, dos o cuatro versos significantes de lo insignificante, de las cosas pequeñas que son, que nos pasan. Se transmutan en materia poética: en conjunción, las palabras y los días... Invierno, 2005 | Daniel Espín López
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sábado, mayo 17, 2008
SUZANNE

Dedicated to Suzanne, pilgrim from Chicago (Illinois, USA) to Santiago de Compostela.
"¿Para qué abandonar mi guarida celeste? Llamaba una campana." Pablo García Baena, Los Campos Elíseos.
Es la Memoria una casa de verano y donde, sin embargo, soleada Suzanne sueña bajo el Pórtico [te recuerdo]. Quién no lo sabe. Es un Ángel que porta una candela de incienso y palabras y después de cada jornada [es cierto] un poco de té y en la última escena, dormida [te recuerdo]. Dulce, dulce Durmiente. Buen Camino, mi niña. [Cuánto duelen, es cierto, los adioses que se pierden como marinas miradas en mares abiertos. Me pregunto cuándo se apearon los ángeles...]
Sospecho que es [y lo será] también aquella casa, asimismo, mi casa de invierno cuando las horas y los sueños sean tan escasos como innumerablemente quizá sea la vigilia de la Nostalgia sin horario, sin lírica
[como aquellos faros viejos e inútiles del fin del mundo en el fondo de un medio vaso]
de aquellas hojas caídas de los más amados y vivos árboles del Camino aún palpitante en el pecho de las piedras. Luego piedras como estrellas sin cielo. Luego piedras ya frías del otro lado del pretérito imperfecto...
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