LA ALQUIMIA DE LOS DÍAS [A modo de prólogo]La bitácora [que hojeas] comenzó a gestarse una noche fría de invierno cuando contemplaba las estrellas esparcidas [aparentemente, al azar] por un cielo profundo y limpio, miles y miles de millones de estrellas imperturbables a los fines de los hombres en este diminuto planeta [que no es sólo nuestro y que además conoce su destino: el cuándo le alcance depende de la medida de nuestra Estupidez, de nuestra Codicia, de nuestra Soberbia, de la medida de nuestro Ego, de nuestro Antropocentrismo idiota, ciego y extremadamente predatorio.] El Hombre camina [como puede] bajo esas estrellas porque no sólo le espolea el hambre o la sed [esas nobles necesidades], sino también porque hay sed y hambre de verdad y conocimiento [de sí mismo, de los otros, de lo cognoscible y de lo que no lo es.] La curiosidad es indispensable para sobrevivir. Es caminante, peregrino, viajero y lo es tras una estela inasible y abandonando sutiles huellas [o versos, tal vez, inútiles] por doquier que el mar del tiempo se llevará a no sé dónde ni cuándo [como estas mismas palabras que ahora y aquí escribo: un mensaje en una botella.] Es la alquimia de los días, al crepúsculo, el oro de Ulises. Los días pasan y segregan, depuran al menos dos versos mal rimados: del plomo de la realidad vivida, de las horas de cinc, de las visiones de azufre de la vigilia, del lapislázuli del sueño. Se subliman en oro converso, en gotas contables, en uno, dos o cuatro versos significantes de lo insignificante, de las cosas pequeñas que son, que nos pasan. Se transmutan en materia poética: en conjunción, las palabras y los días... Invierno, 2005 | Daniel Espín López
[ ]
lunes, marzo 22, 2010
EN LA MEMORIA DE LAS MONTAÑAS

"No sé si mis palabras son de paz y consuelo o de desolación." José Corredor-Matheos, El don de la ignorancia.
A mi amigo el montañero César Abalos que se lo llevó con 36 años un alud de nieve en los Pirineos de Huesca.
Se lo llevó el último suspiro tan helado del invierno al borde
de los primeros brotes de una primavera que se anuncia sin ti...
Se lo llevó tumbando el árbol aún tan pleno en la nieve. Por qué al borde del sendero me lo detienes cuando había por ascender tantos sueños. Por qué la luz de la montaña es un silencio ahora inmenso que atesora codiciosamente tu alma en un cofrecillo de cuánticas nubes que viajan siempre hasta desvanecerse del todo en el viento solar.
Por qué un adiós tan pronto... Etiquetas: César Abalos, montaña, poesía, poeta, versos
[ ]
|