LA ALQUIMIA DE LOS DÍAS [A modo de prólogo]La bitácora [que hojeas] comenzó a gestarse una noche fría de invierno cuando contemplaba las estrellas esparcidas [aparentemente, al azar] por un cielo profundo y limpio, miles y miles de millones de estrellas imperturbables a los fines de los hombres en este diminuto planeta [que no es sólo nuestro y que además conoce su destino: el cuándo le alcance depende de la medida de nuestra Estupidez, de nuestra Codicia, de nuestra Soberbia, de la medida de nuestro Ego, de nuestro Antropocentrismo idiota, ciego y extremadamente predatorio.] El Hombre camina [como puede] bajo esas estrellas porque no sólo le espolea el hambre o la sed [esas nobles necesidades], sino también porque hay sed y hambre de verdad y conocimiento [de sí mismo, de los otros, de lo cognoscible y de lo que no lo es.] La curiosidad es indispensable para sobrevivir. Es caminante, peregrino, viajero y lo es tras una estela inasible y abandonando sutiles huellas [o versos, tal vez, inútiles] por doquier que el mar del tiempo se llevará a no sé dónde ni cuándo [como estas mismas palabras que ahora y aquí escribo: un mensaje en una botella.] Es la alquimia de los días, al crepúsculo, el oro de Ulises. Los días pasan y segregan, depuran al menos dos versos mal rimados: del plomo de la realidad vivida, de las horas de cinc, de las visiones de azufre de la vigilia, del lapislázuli del sueño. Se subliman en oro converso, en gotas contables, en uno, dos o cuatro versos significantes de lo insignificante, de las cosas pequeñas que son, que nos pasan. Se transmutan en materia poética: en conjunción, las palabras y los días... Invierno, 2005 | Daniel Espín López
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jueves, junio 16, 2005
ÍCARO SE EQUIVOCA, SE EQUIVOCABA
Hoy tocaste el sol sin quemarte, diste jaque mate a la lógica contra lo previsible, perdiste tu alma en tierras inexploradas y lo encontraste en un imposible pajar entre cientos de posibilidades. No lo dudo, el azar te quiere, pero no tientes a la ciencia una vez y otra; puede que tu buena fortuna sea cosa del diablo cojuelo y sólo él sepa qué conjuran debajo de tu sombrero con un agujero de bala en la copa, o cuál es el último acto de esta comedia.
Sepa usted que no es tan joven, hoy no puedes equivocarte tan a menudo como antes, cuando despreciabas las leyes hostiles del tiempo, cuando corrías los cien metros a la velocidad de ese optimismo invencible, que antaño gastabas sin pensar que el futuro es un ente quizá de dudosa reputación, pero, que te alcanza siempre el día nefasto que menos lo esperes.
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