LA ALQUIMIA DE LOS DÍAS [A modo de prólogo]La bitácora [que hojeas] comenzó a gestarse una noche fría de invierno cuando contemplaba las estrellas esparcidas [aparentemente, al azar] por un cielo profundo y limpio, miles y miles de millones de estrellas imperturbables a los fines de los hombres en este diminuto planeta [que no es sólo nuestro y que además conoce su destino: el cuándo le alcance depende de la medida de nuestra Estupidez, de nuestra Codicia, de nuestra Soberbia, de la medida de nuestro Ego, de nuestro Antropocentrismo idiota, ciego y extremadamente predatorio.] El Hombre camina [como puede] bajo esas estrellas porque no sólo le espolea el hambre o la sed [esas nobles necesidades], sino también porque hay sed y hambre de verdad y conocimiento [de sí mismo, de los otros, de lo cognoscible y de lo que no lo es.] La curiosidad es indispensable para sobrevivir. Es caminante, peregrino, viajero y lo es tras una estela inasible y abandonando sutiles huellas [o versos, tal vez, inútiles] por doquier que el mar del tiempo se llevará a no sé dónde ni cuándo [como estas mismas palabras que ahora y aquí escribo: un mensaje en una botella.] Es la alquimia de los días, al crepúsculo, el oro de Ulises. Los días pasan y segregan, depuran al menos dos versos mal rimados: del plomo de la realidad vivida, de las horas de cinc, de las visiones de azufre de la vigilia, del lapislázuli del sueño. Se subliman en oro converso, en gotas contables, en uno, dos o cuatro versos significantes de lo insignificante, de las cosas pequeñas que son, que nos pasan. Se transmutan en materia poética: en conjunción, las palabras y los días... Invierno, 2005 | Daniel Espín López
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miércoles, noviembre 23, 2005
L'ATALANTE
"Hermosa era aquella llama, breve como todo lo hermoso: luz y ocaso." Luis Cernuda, Las nubes.
Viendo el film de Jean Vigo, L'atalante.
Es la aparición flámula ¿vestida de rayos de luna?, baila sobre la gabarra de carboncillo. Sin amarras surca el Sena hacia el mar, pero, ¿dónde estás, inocencia? Desembarcaste en un trágico tris de celuloide.
Ni la sucia París merece una visita para esa urgente unción; es el temblor de perderte en la bruma esquizoide del mundo. Sé que no hay plan be; no obstante, sueña tercamente hasta Le Havre esa canción en íntimos claroscuros. Los tam tam del fondo del río serán las válvulas; de pronto las nubes, el timón incierto y los bip bip del sónar inútil, la memoria del paraíso perdido.
Mientras la nictalgia en la penumbra, como el big bang, eclosiona en el acordeón santo del Jean Vigo demiurgo, el mago tuberculoso que escupe sangre y también como una navaja en el ojo poesía en dosis letales...
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