LA ALQUIMIA DE LOS DÍAS [A modo de prólogo]La bitácora [que hojeas] comenzó a gestarse una noche fría de invierno cuando contemplaba las estrellas esparcidas [aparentemente, al azar] por un cielo profundo y limpio, miles y miles de millones de estrellas imperturbables a los fines de los hombres en este diminuto planeta [que no es sólo nuestro y que además conoce su destino: el cuándo le alcance depende de la medida de nuestra Estupidez, de nuestra Codicia, de nuestra Soberbia, de la medida de nuestro Ego, de nuestro Antropocentrismo idiota, ciego y extremadamente predatorio.] El Hombre camina [como puede] bajo esas estrellas porque no sólo le espolea el hambre o la sed [esas nobles necesidades], sino también porque hay sed y hambre de verdad y conocimiento [de sí mismo, de los otros, de lo cognoscible y de lo que no lo es.] La curiosidad es indispensable para sobrevivir. Es caminante, peregrino, viajero y lo es tras una estela inasible y abandonando sutiles huellas [o versos, tal vez, inútiles] por doquier que el mar del tiempo se llevará a no sé dónde ni cuándo [como estas mismas palabras que ahora y aquí escribo: un mensaje en una botella.] Es la alquimia de los días, al crepúsculo, el oro de Ulises. Los días pasan y segregan, depuran al menos dos versos mal rimados: del plomo de la realidad vivida, de las horas de cinc, de las visiones de azufre de la vigilia, del lapislázuli del sueño. Se subliman en oro converso, en gotas contables, en uno, dos o cuatro versos significantes de lo insignificante, de las cosas pequeñas que son, que nos pasan. Se transmutan en materia poética: en conjunción, las palabras y los días... Invierno, 2005 | Daniel Espín López
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domingo, junio 05, 2005
EL SER Y EL SILENCIO
"Es verdad. Siempre he amado el desierto. Puede uno sentarse sobre un médano de arena. No se ve nada. No se oye nada. Y sin embargo, algo resplandece en el silencio..." Antoine de Saint-Exupéry, El principito.
Se apaga la epilepsia de los televisores con sus mímicas sin sentido, sus personajes en píxeles deformes de farsa y ruido, el carnaval de las pinturas negras o la gloria de los tontos en el Limbo de la Vanidad, las Gorgonas en la tertulia inútil, el tenebrario en la parada de los monstruos, la inextinguible risa de las hienas después de la cena de las cenizas, ¿saben ellos que no son más que el eructo de un fauno al otro lado del espejo? Las ridículas máscaras de Solana se desvanecen de a poco
en un silencio, que te devuelve al recinto sagrado, a la verdad del templo frente a un mar de ser y espuma contra las rocas en el tiempo. Un invisible tictac. Desde el acantilado incluso esperas que asome el velaje blanco de su trirreme, del niño que regresa. El niño que eras en la última fila, que no poseía apenas un manantial en las manos, que no atiende en clase la lección de ciencias naturales, sin embargo naturalmente sueña en las ventanas la línea de la montaña o un esotérico cementerio de elefantes que conocen su destino.
En la noche ni resuena el pitido de un electrocardiograma plano, los astros respiran por el tórax del cosmos que te envuelve. Cuánto silencio podrás sostener como Atlas sobre tus hombros, cuánto silencio en el claroscuro define el perfil de los héroes cansados que se deslizan por la maleza seca igual que pasan las páginas de los libros. Es inevitable, el silencio del mago es tu paisaje y aquel garabato en escueta pincelada de blancos y azules te pertenece, como un parpadeo de luz inesperada, como un beso robado que aún guardas en una cajita de plata con mechones cortados de silenciosas brisas...
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