LA ALQUIMIA DE LOS DÍAS [A modo de prólogo]La bitácora [que hojeas] comenzó a gestarse una noche fría de invierno cuando contemplaba las estrellas esparcidas [aparentemente, al azar] por un cielo profundo y limpio, miles y miles de millones de estrellas imperturbables a los fines de los hombres en este diminuto planeta [que no es sólo nuestro y que además conoce su destino: el cuándo le alcance depende de la medida de nuestra Estupidez, de nuestra Codicia, de nuestra Soberbia, de la medida de nuestro Ego, de nuestro Antropocentrismo idiota, ciego y extremadamente predatorio.] El Hombre camina [como puede] bajo esas estrellas porque no sólo le espolea el hambre o la sed [esas nobles necesidades], sino también porque hay sed y hambre de verdad y conocimiento [de sí mismo, de los otros, de lo cognoscible y de lo que no lo es.] La curiosidad es indispensable para sobrevivir. Es caminante, peregrino, viajero y lo es tras una estela inasible y abandonando sutiles huellas [o versos, tal vez, inútiles] por doquier que el mar del tiempo se llevará a no sé dónde ni cuándo [como estas mismas palabras que ahora y aquí escribo: un mensaje en una botella.] Es la alquimia de los días, al crepúsculo, el oro de Ulises. Los días pasan y segregan, depuran al menos dos versos mal rimados: del plomo de la realidad vivida, de las horas de cinc, de las visiones de azufre de la vigilia, del lapislázuli del sueño. Se subliman en oro converso, en gotas contables, en uno, dos o cuatro versos significantes de lo insignificante, de las cosas pequeñas que son, que nos pasan. Se transmutan en materia poética: en conjunción, las palabras y los días... Invierno, 2005 | Daniel Espín López
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viernes, enero 06, 2006
PREGUNTITAS Y CABRIOLAS RETÓRICAS BAJO UN SOL DE INVIERNO ASCENDIENDO POR MI AMADÍSIMA SIERRA DE GUADARRAMA
"¡Encinares castellanos / en laderas y altozanos, / serrijones y colinas / llenos de obscura maleza, / encinas, pardas encinas; / humildad y fortaleza!" Antonio Machado, Campos de Castilla.
Un verso blanco/huérfano en zigzag sostiene un cielo metálico azul y frío y en sus finísimos labios, es la línea superviviente de la montaña, Silencio y Altura. Sin embargo un arroyo secreto declama en mutismos Braille desplegándose por entre las frondas de roca [por debajo de la luminiscente albura] el canto de un colibrí imaginario y a vuela pluma, y se detiene aparentemente, como si brotara de un lienzo japonés, o ramonea las burbujas hasta perderse en la llanura planicie [tal vez siena volátil o volavérunt], y se difumina en inasibles policromías, en intervalos nudosos y graduales, latidos y violáceos y cometas de papel dragoneante, de colores inadvertidos y letanías armónicas casi palpables, y tan próximas a la piel en los redobles pandos de uno, solo y desierto por la calidez prosódica de la caricia casi Penélope solamente mirándote, Materia y Alma.
¿Adónde termina, sadhús/encinas que a contra luz amanecéis sobre el filo de la navaja como monjes meditantes y sombras, vosotras que guardáis en la estoica mirada [la Mirada del Perro/Ángel] el destino del agua entrañable y el misterio del dodecaedro a media legua de Damasco, como cristaleras rotas, en los brazos del valle bajo este sol de invierno?, ¿ADÓNDE TERMINA CAUDALOSAMENTE TANTO AMOR QUE DESPERDICIAS?, ¿adónde abandonan en fin sus flores cansías, sus estelas funerarias como de muertos desconocidos sin nombre inscrito ni historia, sin ruegos ni preguntas? ¿Lo sabéis? ¿Adónde se apagan mansamente los últimos rescoldos en los pudrideros, en las escupideras, en la Torre del Silencio?, ¿o acaso es indestructible como parece disperso en el Todo [lo que eso qué coño sea], en la mezcolanza, en la transmutación los menudillos y el polvo óseo y el almizcle de tu palabra endeble y frágil con las tierras de barbechos secanos para el buen vino, con las tierras de los caminos sin maleza ni huellas dactilares, con los que hallan un lugar de honor en el salón de los pasos perdidos de tu memoria almazara [algarabía de cefeidas un día sí, otro no] tan abigarrada de trastos y adornos inútiles? CUÁNTO ME GUSTARÍA SABERLO...
Vale.
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