LA ALQUIMIA DE LOS DÍAS [A modo de prólogo]La bitácora [que hojeas] comenzó a gestarse una noche fría de invierno cuando contemplaba las estrellas esparcidas [aparentemente, al azar] por un cielo profundo y limpio, miles y miles de millones de estrellas imperturbables a los fines de los hombres en este diminuto planeta [que no es sólo nuestro y que además conoce su destino: el cuándo le alcance depende de la medida de nuestra Estupidez, de nuestra Codicia, de nuestra Soberbia, de la medida de nuestro Ego, de nuestro Antropocentrismo idiota, ciego y extremadamente predatorio.] El Hombre camina [como puede] bajo esas estrellas porque no sólo le espolea el hambre o la sed [esas nobles necesidades], sino también porque hay sed y hambre de verdad y conocimiento [de sí mismo, de los otros, de lo cognoscible y de lo que no lo es.] La curiosidad es indispensable para sobrevivir. Es caminante, peregrino, viajero y lo es tras una estela inasible y abandonando sutiles huellas [o versos, tal vez, inútiles] por doquier que el mar del tiempo se llevará a no sé dónde ni cuándo [como estas mismas palabras que ahora y aquí escribo: un mensaje en una botella.] Es la alquimia de los días, al crepúsculo, el oro de Ulises. Los días pasan y segregan, depuran al menos dos versos mal rimados: del plomo de la realidad vivida, de las horas de cinc, de las visiones de azufre de la vigilia, del lapislázuli del sueño. Se subliman en oro converso, en gotas contables, en uno, dos o cuatro versos significantes de lo insignificante, de las cosas pequeñas que son, que nos pasan. Se transmutan en materia poética: en conjunción, las palabras y los días... Invierno, 2005 | Daniel Espín López
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sábado, mayo 21, 2005
NO ES FÁCIL MATAR UN SUEÑO. APORÍA
Soñaste con una lejana cumbre de nieves perpetuas. [Quizá no exactamente, podría ser una alegoría, nadie lo descarta del todo. Diluciden ustedes.]
Y se yergue como una llama blanca, y en torno con hilos de nubes y sfumato tejen el velo de Maya, en ocasiones, translúcido de respuestas indescifrables.
A medio camino entonces abriste el libro de tus viajes por no sé qué página, como hiciera Petrarca en la cima del Ventoux,
y no te aclara el presagio. El sueño se resiste a diluirse en el ácido después de muerto; el halcón maltés aún no halla dueño, y peligrosamente quema en las manos. Es inevitable que lo persiga pese a perder la esperanza de alcanzarlo; sé que no existe un mirlo blanco. Pero..., ¿qué quieres que haga?
En este callejón sin salida mueren los trenes como chinches, y Schopenhauer asegura que no es culpa suya que los niños tengan esas educativas pesadillas, donde los lobos son hombres que degustaron el sabor de la sangre por un puñado de dólares políticamente correctos. Eso dicen en sus lindos discursos esos cabrones.
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