LA ALQUIMIA DE LOS DÍAS [A modo de prólogo]La bitácora [que hojeas] comenzó a gestarse una noche fría de invierno cuando contemplaba las estrellas esparcidas [aparentemente, al azar] por un cielo profundo y limpio, miles y miles de millones de estrellas imperturbables a los fines de los hombres en este diminuto planeta [que no es sólo nuestro y que además conoce su destino: el cuándo le alcance depende de la medida de nuestra Estupidez, de nuestra Codicia, de nuestra Soberbia, de la medida de nuestro Ego, de nuestro Antropocentrismo idiota, ciego y extremadamente predatorio.] El Hombre camina [como puede] bajo esas estrellas porque no sólo le espolea el hambre o la sed [esas nobles necesidades], sino también porque hay sed y hambre de verdad y conocimiento [de sí mismo, de los otros, de lo cognoscible y de lo que no lo es.] La curiosidad es indispensable para sobrevivir. Es caminante, peregrino, viajero y lo es tras una estela inasible y abandonando sutiles huellas [o versos, tal vez, inútiles] por doquier que el mar del tiempo se llevará a no sé dónde ni cuándo [como estas mismas palabras que ahora y aquí escribo: un mensaje en una botella.] Es la alquimia de los días, al crepúsculo, el oro de Ulises. Los días pasan y segregan, depuran al menos dos versos mal rimados: del plomo de la realidad vivida, de las horas de cinc, de las visiones de azufre de la vigilia, del lapislázuli del sueño. Se subliman en oro converso, en gotas contables, en uno, dos o cuatro versos significantes de lo insignificante, de las cosas pequeñas que son, que nos pasan. Se transmutan en materia poética: en conjunción, las palabras y los días... Invierno, 2005 | Daniel Espín López
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viernes, noviembre 18, 2005
LA GEOMETRÍA DEL CORAZÓN
"Si uno observa al mundo sólo a través del prisma del dinero, acaba por no ver nada en absoluto." Paul Auster, La invención de la soledad.
Detrás del gris sonríe la vida en otoñales tonos y tímidos verdes. En el hombre sin corazón no hay geometría de la compasión, ni siquiera asoma el cálculo posible, es sólo un hombre poco instruido en nieve, luna, flores. Ese zombie firma sus fértiles contratos sobre la espalda de más de cien mil cadáveres, y no le horroriza apenas el reptilíneo arrastre de su propia babosa lengua cuando miente. No hay raíces que sobrevivan al napalm, al silencio roto por la metralla el día de la bestia, a los psicópatas emperadores que abren la puerta del infierno diplomáticamente; ni hojas, mientras duermen otra vez más la siesta más larga los niños muertos de la guerra.
Detrás del gris sonríe la vida en otoñales tonos y tímidos verdes, me lo dices y quiero creerte, mientras el insomnio pertinaz me habla de estrellas fugaces, las oriónidas y otros deseos infinitesimalmente poco probables...
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