LA ALQUIMIA DE LOS DÍAS [A modo de prólogo]La bitácora [que hojeas] comenzó a gestarse una noche fría de invierno cuando contemplaba las estrellas esparcidas [aparentemente, al azar] por un cielo profundo y limpio, miles y miles de millones de estrellas imperturbables a los fines de los hombres en este diminuto planeta [que no es sólo nuestro y que además conoce su destino: el cuándo le alcance depende de la medida de nuestra Estupidez, de nuestra Codicia, de nuestra Soberbia, de la medida de nuestro Ego, de nuestro Antropocentrismo idiota, ciego y extremadamente predatorio.] El Hombre camina [como puede] bajo esas estrellas porque no sólo le espolea el hambre o la sed [esas nobles necesidades], sino también porque hay sed y hambre de verdad y conocimiento [de sí mismo, de los otros, de lo cognoscible y de lo que no lo es.] La curiosidad es indispensable para sobrevivir. Es caminante, peregrino, viajero y lo es tras una estela inasible y abandonando sutiles huellas [o versos, tal vez, inútiles] por doquier que el mar del tiempo se llevará a no sé dónde ni cuándo [como estas mismas palabras que ahora y aquí escribo: un mensaje en una botella.] Es la alquimia de los días, al crepúsculo, el oro de Ulises. Los días pasan y segregan, depuran al menos dos versos mal rimados: del plomo de la realidad vivida, de las horas de cinc, de las visiones de azufre de la vigilia, del lapislázuli del sueño. Se subliman en oro converso, en gotas contables, en uno, dos o cuatro versos significantes de lo insignificante, de las cosas pequeñas que son, que nos pasan. Se transmutan en materia poética: en conjunción, las palabras y los días... Invierno, 2005 | Daniel Espín López
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domingo, diciembre 28, 2008
LA BATALLA DE LAS TERMÓPILAS
Si cumplieras los cuarenta no olvides la gesta de Leónidas en aquel mistérico, sinfónico y desconcertante desfiladero de pesadilla en olíbanos de muerte. La Historia en aquel entonces [tan absurda como ahora] sólo era una gota en el océano y tal barahúnda era menos [tan ahora como antaño] que las cenizas de la misericordia del Innombrable. A Leónidas [y a su hueste] les sobrevolaba el Fracaso por encima de sus cabezas [como lo suelen esas carroñeras, además de ruines, hediondas aves]: eran negras sombras y arqueros en la otra mitad del cielo, e infinitamente, pues, les superaban sin duda en número las tropas de Jerjes, los henchidos [casi malvados] tontos y la miserable maledicencia, [oh, sí] las Ratas que echaban espumarajos por la boca en la refriega, los que perdían el culo tras la gloria y dos o tres mil dólares, o un puesto directivo para adornar el último estante, la fachada del edificio o la vaciedad del salón [oh, sí] exquisitamente decorado de escoria esnob [y en sí o para sí aparentar que no es sólo mísero sílice y polvo]. Los que adoraban la máquina de picar carne humana de la marca F. A. von Hayek y su legión y coro genuflexo de pijosliberales sociedad anónima [oh, sí, muy devotos, caritativos y cristianos santificando en el nombre del Padre el inicuo sistema]. Los putos mercachifles y corporaciones neoalgo que a punta de rifle cazan impunemente los últimos elefantes en sus safaris privados, [Humanidad, Justicia Social, Derechos Humanos, Democracia de la verosímil, que no la del teatro de títeres y lengua de trapo tan vidriosa y doble como ahora...]
Leónidas, ni qué decir tiene, [y los suyos] comprendieron sin [apenas] esperanza esa estampa del mundo, y en sus hígados la tatuaban para no olvidarse. Así que aceptaban su destino después de lanzar al aire sus propios dados tan libres e indómitos [como ahora]. Sin embargo no, no se rinden. Entonan el canto del humilde en la parrilla ardiente. Pertrechan las doscientas trirremes y Leónidas, el santo perdedor, el rey de los trescientos mendigos, iza en lo más alto que pudo el pendón de la derrota. Oh, sí, nunca se enorgulleció más de ser el último de la fila. Avanzan y saben [sin dios, sin fe ni paraísos para crédulos o encantados por el santo huevo de la Serpiente de Roma, sin religiosas mentiras ni huecas esperanzas]. Los guerreros antes de caer guardan el alma en bien sellados cofres de cobre. Avanzan y saben que el último tramo es siempre el más arduo e interminable en los límites hacia los otros ¿cuarenta y tantos? Avanzan y saben y a contracorriente y hasta el final de la escapada es el viento limpísimo de la montaña su mejor y entrañable amigo y aliado. El resto, qué importa, ¿quién no sabe el desenlace de la Historia? ¿No es acaso predecible? El grito es la verdad. El grito es digno en su existencia desnuda frente a espejos rotos. No haré más preguntas al testigo. Visto para sentencia. Se levanta la sesión. Sin embargo la lucha sobrevive...
[Vencen los Cabrones como siempre tal como estipula el contrato con el mundo que se ha creado.] Etiquetas: poesía, versos
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