LA ALQUIMIA DE LOS DÍAS [A modo de prólogo]La bitácora [que hojeas] comenzó a gestarse una noche fría de invierno cuando contemplaba las estrellas esparcidas [aparentemente, al azar] por un cielo profundo y limpio, miles y miles de millones de estrellas imperturbables a los fines de los hombres en este diminuto planeta [que no es sólo nuestro y que además conoce su destino: el cuándo le alcance depende de la medida de nuestra Estupidez, de nuestra Codicia, de nuestra Soberbia, de la medida de nuestro Ego, de nuestro Antropocentrismo idiota, ciego y extremadamente predatorio.] El Hombre camina [como puede] bajo esas estrellas porque no sólo le espolea el hambre o la sed [esas nobles necesidades], sino también porque hay sed y hambre de verdad y conocimiento [de sí mismo, de los otros, de lo cognoscible y de lo que no lo es.] La curiosidad es indispensable para sobrevivir. Es caminante, peregrino, viajero y lo es tras una estela inasible y abandonando sutiles huellas [o versos, tal vez, inútiles] por doquier que el mar del tiempo se llevará a no sé dónde ni cuándo [como estas mismas palabras que ahora y aquí escribo: un mensaje en una botella.] Es la alquimia de los días, al crepúsculo, el oro de Ulises. Los días pasan y segregan, depuran al menos dos versos mal rimados: del plomo de la realidad vivida, de las horas de cinc, de las visiones de azufre de la vigilia, del lapislázuli del sueño. Se subliman en oro converso, en gotas contables, en uno, dos o cuatro versos significantes de lo insignificante, de las cosas pequeñas que son, que nos pasan. Se transmutan en materia poética: en conjunción, las palabras y los días... Invierno, 2005 | Daniel Espín López
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martes, marzo 14, 2006
SI NACES
"Hay una cosa que se llama tiempo, Rocamadour, es como un bicho que anda y anda." Julio Cortázar, Rayuela.
Si naces hija mía alguna vez te suplico recuerdes el Amor con el que se te concibió, qué más puedo pedirte, te asiste la Razón en lo que concierne a las raíces podridas del orbe que transitarás de aquí en adelante, mas quiero pedirte no sucumbas en fin al Odio, ni a otras industrias similares.
Si naces hija mía alguna vez serás la majestuosa espiga, la corola boreal y el fruto que redime por lo que tanto merece haber nacido [y morir, es cierto, alguna vez que otra]; serás la corona también de un rey sin patria por la cierta fatiga [en fanegas rotas] de haber vivido, haber amado tanto en esta vida que hierve todavía [y quema de vez en cuando]. Te suplico recuerdes que esa aventura exige de un mínimo de decencia y de verdad en tus silencios, o en tus latidos y expresos que empujarán tus pasos de aquí en adelante; exige de una mirada tan limpia e incesante como puedas en este lodazal de Hombres y cerdos. Te suplico que tu Revolución comience sin duda ni vacilación en destronándome...
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